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Toldos invisibles

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El teléfono suena, pero no logra conectarse. En un segundo intento se escucha una voz a lo lejos, entrecortada. “Hello… ¿me escuchas?”, pregunta Michael Sánchez Millán. En su casa aún no hay señal constante, a pesar de que hace unos días el gobierno estimó que el 95% de las comunicaciones habían sido restablecidas en el País. Las oraciones son cortas. No sabe cómo explicarse, ni está seguro de que lo escuchan. “Tengo agua, pero no tengo luz”, aclara por si al teléfono se le agota la batería a mitad de conversación. Las calles de San Juan Cantera recibirán el 2018 a oscuras.

Docenas de fotos intentan resumir el caos que dejó María en la calle Pilar. En ellas, la casa bonita donde se crió, con sus paredes azules e interiores crema, son un vago recuerdo.

Ahora, los cuartos son solo lugares incómodos y calurosos en la segunda planta de su hogar. Las puertas humedecidas por las fuertes lluvias se encaracolan en la parte superior… ya no cierran.

Las paredes ya no muestran su color pálido, solo rastros de tierra y sucio que se deslizan por ellas. Un pequeño espacio de dos cuartos para su mamá y él se convirtió en un desastre.

Cada vez que llueve, es comenzar desde cero. “Es como seguir en el huracán”, confiesa en voz baja. Los aguaceros consiguientes a María lo transportan al 20 de septiembre. Los muebles se vuelven a mojar. La casa se inunda nuevamente. Un tejado provisional no aguanta.

“El techo lo quitó una persona que trabaja en eso”. Esperar por alguna agencia gubernamental era riesgoso: Michael seguía mojándose por las noches en su propio cuarto. Continuaba perdiendo lo que María no le pudo quitar aquel día.

El toldo de FEMA nunca apareció, solo el dinero. “Ellos tienen muchas casas que arreglar, no sé si la mía estaba en esas”, confiesa humildemente. Lo importante es que pagaron rápido. No le gusta hablar del tema. Hay quienes necesitan más ayuda que él.

Michael tuvo que deshacerse de los escombros que se adentraron en su cuarto. Junto a ellos, se fueron sus trofeos y medallas de baloncesto. “Lo perdí todo”. La recuperación será cuesta arriba. María lo impulsó a conseguirse un segundo empleo. Son más de 14 horas entre trabajo y trabajo. La habitación no la frecuenta, solo intenta dormir en ella cuando su tiempo libre se lo permite.

Hoy, por lo menos, la noche es fresca. La ausencia de un techo completo y la negrura facilitan ver el cielo estrellado.

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